lunes, 21 de mayo de 2007

Copyleft, o una nueva conciencia para el ecosistema cultural



http://www.infonomia.com/tematiques/index.asp?idm=1&idrev=54&num=7

Por interactors (unstable@interactors.coop)
24/05/2004

La propiedad intelectual es uno de los asuntos más acuciantes del entorno digital. Hay numerosos interrogantes planteados que deberán resolverse en los próximos años. El movimiento abanderado del copyleft plantea una forma radicalmente alternativa de entender la propiedad intelectual en nuestra época.

“Copyleft, todos los derechos al revés”, puede parecer un juego de palabras pero se trata de mucho más, todo un ideario cultural que propone una alternativa a la forma actual de organizar la propiedad intelectual de nuestra época, y por extensión, de la cultura. Un movimiento, si así podemos llamarlo, que representa para el ecosistema cultural de nuestras sociedades lo que el ecologismo supuso para el desarrollo de una conciencia medioambiental durante los años sesenta y setenta.
Así, en abstracto, puede que a uno no le preocupe demasiado el asunto, a fin de cuentas la propiedad intelectual es un tema abstruso que hasta hace menos de una década sólo preocupaba a especialistas del derecho. Ahora, sin embargo, se nos plantea a cada momento en el ámbito de nuestras actividades cotidianas, seamos o no conscientes de ello.
Hasta hace pocos años las leyes de derechos de autor regulaban básicamente el ámbito empresarial de producción y uso de la cultura. En román paladino, regulaban principalmente el uso de las obras en el ámbito empresarial. Hoy sin embargo, el ámbito de aplicación de estas leyes se cuela dentro de nuestros hogares y alcanza nuestras prácticas cotidianas. Si descendemos de lo divino a lo humano, reconoceremos que la propiedad intelectual tiene que ver con que podamos hacer legalmente una copia de un disco para alguien cercano a nosotros o que no violemos ninguna ley o contrato cuando una canción que hemos comprado en Internet la pasemos desde nuestros PC al portátil, tiene que ver con que podamos imprimir un libro electrónico adquirido en la Red o que podamos prestárselo a alguien...
Desde su nacimiento hace dos siglos, la leyes de propiedad intelectual ha mostrado una tendencia hacia una progresiva extensión (más derechos, que cubren más ámbitos durante más tiempo). Una tendencia acentuada en las últimas tres décadas. Uno de los principios básicos de la leyes de propiedad intelectual es tratar de alcanzar un equilibrio entre los derechos de los autores y la sociedad, compensando a los primeros por el esfuerzo invertido en su creación y tratando de facilitar el mayor acceso posible de la sociedad a la cultura.
Un equilibrio difícil de mantener y que para muchos se ha inclinado hacia el lado de los productores culturales en la época actual. La situación actual ilustrada por la bacanal de la distribución ilegal de contenidos en Internet puede muy bien ser un espejismo frente a lo que está por venir en un futuro a medio plazo. Una industria que ha fortalecido, gracias a las leyes y la tecnología, su capacidad para controlar cómo se accede y se usan las obras culturales.
Esta situación ha producido el surgimiento de un movimiento de reacción que trata de recuperar para la sociedad sus derechos para acceder, usar y participar en la cultura.
Lo que podríamos llamar el ideario del copyleft constituye una amalgama de posturas que promueven una forma radicalmente diferente de entender la propiedad intelectual, lo que pasa necesariamente por lograr la flexibilización de estas leyes. Las posturas corren desde las más extremistas que defienden la supresión de todo tipo de propiedad intelectual, hasta posiciones más moderadas que reconocen derechos morales básicos de los autores (como el derecho a mantener la atribución de su obra y la integridad, o a controlar los usos económicos que se haga de ella, por ejemplo).
Resulta difícil resumir la esencia de un movimiento tan diverso, pero sí conviene desterrar la idea errónea que identifica el ideario del copyleft con el lema del “todo gratis”. Uno de sus elementos básicos y no declarados del copyleft es su concepción del individuo como un usuario activo de la cultura, y no como un simple consumidor pasivo de ésta. Ser un usuario activo implica tener la capacidad para usar las creaciones culturales de forma amplia. Frente al planteamiento de la industria de producción cultural que sólo considera los intereses del autor, y por extensión los propios, en su defensa de la propiedad intelectual, el ideario del copyleft pretende restituir a los usuarios a la posición central de nuestra cultura.
El copyleft hace suyo el ideario de la comunidad de Software Libre y lo extiende a otros ámbitos del mundo de la cultura. Fue Richard S. Stallman, fundador del movimiento del software libre, quien acuñó a mediados de los ochenta el concepto de copyleft, plasmado en la licencia GPL (General Public License), baluarte legal del movimiento.
La GPL dice que el software que tenga esa licencia puede ser copiado, modificado y distribuido –e incluso ser vendido- libremente. Una idea que ha inspirado toda una serie de licencias que recogen, total o parcialmente, este ideal que consagra la distribución, así como el libre acceso y uso de la información como máxima.
Especialmente significativo es el proyecto Creative Commons, organización sin ánimo de lucro fundada hace tres años por Lawrece Lessig, profesor de derecho de la Universidad de Stanford y batallador incansable contra la extensión de las leyes de propiedad intelectual en EE UU. El proyecto ha creado una serie de licencias a medida que el autor que desee usarlas configura en torno a cuatro opciones, según si se impone como condición: (i) mantener la atribución del autor, (ii) no hacer uso comercial de la obra, (iii) no modificar la obra y (iv) que la obra derivada tenga el mismo tipo de licencia que la original.
Pueden encontrarse ejemplos de todo tipo de instituciones e iniciativas, con ánimo de lucro o sin él, en los que han comenzado a usar este tipo de licencias. Desde el proyecto del MIT OpenCourseWare, con el que esta universidad estadounidense pretende publicar con licencias estilo copyleft los materiales de centenares de cursos allí impartidos, hasta el sello en Internet Magnatune, en el que los músicos venden sus obras usando licencias de Creative Commos. Los autores de bitácoras son otro de los grupos que se han adherido al movimiento y son muchos los que han comenzado a usar este tipo de licencias.
No está claro hasta dónde puede llegar este ideario y si los proyectos e iniciativas que se desarrollan actualmente llegarán a enraizar con fuerza en la sociedad, pero la semilla está plantada, y este movimiento desorganizado ha comenzado a despertar conciencias y a llamar la atención, como en su época lo hicieron los verdes, por la necesidad de preocuparnos por que nuestro ecosistema cultural no esté sometido únicamente a dictados económicos.

Licencias para todos los gustos

Hay licencias copyleft para todos los gustos, una más permisivas que otras, pero todas ellas permiten que las creaciones se copien y se distribuyan libremente y obligan normalmente a mantener la atribución al autor. Después varían según su ámbito de aplicación más adecuado y en función de si permiten que las obras puedan ser modificadas y utilizadas con fines lucrativos.
- General Public Licence (GPL), Copyleft, la madre de todas las licencias libres. Libre
no significa gratuito, dice Richard Stallman, fundador del movimiento del free software, cuando explica que free software (free significa ‘libre’ y ‘gratis’en inglés) se refiere a la libertad para utilizar el software, modificarlo y distribuirlo a voluntad. La GPL, creada en 1988, es un pilar central del movimiento del software libre, y la inspiración para toda una corriente que promueve el compartimiento, la libre distribución y uso, aunque no necesariamente gratuidad, de la información. En opinión de muchos la licencia GPL es un prodigio de ingeniería legal. De la misma familia es la GNU Free Documentation Licence (GFDL), utilizada en los manuales del software libre, o una reciente licencia destinada a diseños y realizada por dos españoles, Leovigildo García-Bobadilla y Vicente J. Ruiz, la Libre Designs General Public License (LDGPL). Hay donde elegir en la familia GPL.
- Licencias Creative Commons, a gusto del autor. Creative Commons se está convirtiendo en el estandarte mundial del movimiento por la distribución abierta de contenidos. Pueden encontrarse sitios con creaciones de todo tipo (música, fotos, novelas, etc.) que usan las licencias de Creative Commons. Sus condiciones básicas establecen que los contenidos se pueden copiar y distribuir libremente en todo el mundo. Después el autor elige entre varias opciones: si debe mantenerse la atribución de la obra, si puede ser modificada y se pueden hacer usos comerciales de ella y si hay que compartir con las mismas condiciones. El sistema proporciona tres documentos diferentes: uno de sencilla comprensión para legos en derecho, otro con validez legal y un tercero legible por máquinas, creado, por ejemplo, para que los buscadores reconozcan que una página utiliza este tipo de licencia.
- Licencia 20 Minutos (L20m), con sabor autóctono. Su autor, Pepe Cervera, periodista, la define como “una licencia para uso de profesionales”, y según sus términos está hecha para sitios web. Uno puede colgar las noticias del diario 20 Minutos en su web y no tiene que pedir autorización. Basta con que mantenga la atribución de las noticias. Si quiere modificar los artículos basta con dejar claro quién es el nuevo autor. La licencia tiene la ventaja de estar en español y de haber sido revisada por un bufete y es una adaptación de la Design Science Licence (DSL).
- Open Audio Licence, música para todos. Si la música utilizara esta licencia no habría piratería. El grupo que la utilice permite que se haga cualquier uso de sus canciones: distribuirlas, copiarlas, modificarlas, etc., sólo exige que se mantenga la autoría. “Creada como un mecanismo de libertad para los artistas que quieren que sus nuevos trabajos lleguen a otros artistas y a nuevos fans”. La organización más batalladora por los derechos civiles en el entorno digital y que promueve con una campaña la distribución en las redes P2P, la Electronic Frontier Foundation, creó en 2001 esta licencia específica para música. Otras licencias para la música es la Free Music Public Licence.

Adolfo Estalella

lunes, 14 de mayo de 2007

Flexiones: a propósito de Impreso en Chilavert

por Pablo Klappenbach

Un grupo es un ejercicio gimnástico donde se pone a prueba la elasticidad de los integrantes. El grupo existe porque hay intereses comunes: es, él mismo, el producto de una negociación y un número de concesiones que -de un modo u otro, tarde o temprano- resultan injustas para alguna de las partes. El trabajo, en este sentido, ocurre gracias a un acuerdo que suele resultar forzoso. La colectivización es una práctica que se orienta hacia la escenificación de lo desigual básico; es decir, parte de la base de una existencia común que incomoda (como en este film se parte del reloj que ha contado las horas de la explotación, finalmente nombrada a pesar de los titubeos del trabajador) para transformarla radicalmente. Es un paso inicial en el cual el acuerdo surge desde la generosidad individual pero que luego exige el retorno al teatro político, en donde lo mezquino sí juega un rol importante. Y en ese segundo instante posterior a la decisión unívoca es donde se produce la mayor cantidad de interrogantes alrededor a cómo multiplicar aquél segundo atávico, donde el sentido es común ya que es la respuesta de una primera persona plural a la violencia gestada por el antiguo orden. Hablamos aquí del viejo tópico del manejo de la organización en torno al poder una vez que se cree poseer la propia voluntad en forma completa. Hablamos de las asambleas, las fábricas recuperadas, pero también de la política partidaria y los grupos marginales de producción cultural. Hablamos de lo que significa la producción cinematográfica como el mejor experimento realizado sobre las jerarquías y los funcionamientos sociales en el capitalismo. Si el cine es metonímico eso se debe ante todo a que contiene una parte esencial del banco de imágenes sobre el trabajo que produjo este sistema de relacionar a los sujetos. La realización cinematográfica es el mejor modelo a escala obtenido hasta el momento de lo que debería ser el capitalismo: división extrema del trabajo, especialización, hipertecnificación y pagas ejemplares.

La cuestión, parece ser, es ver qué ocurre en cuanto nos vemos empujados al terreno de la política, cuando impera posicionarse y no es posible ninguna equidistancia de noticiero. Por más minúsculo que sea el grupo acaba por existir acumulación de poder, pugnas, desgastes. Algo nos dice que se nos empuja al desbande mientras vemos cómo el lodo llega hasta las rodillas, manchas que disrrumpen sobre el blanco impoluto de un acuerdo primigenio y –creíamos hasta aquí- fundacional. Es que el ejercicio colectivo supone confrontación, desacuerdo del sentido y la tensión de estar siempre a punto de desaparecer; supone la alianza y el desarreglo, la intromisión de lo personal –porque no es sino allí donde emergen subjetividades y se ejerce una individualidad lanzada a lo público-; supone el reconocimiento de que no hay tal fundación sino un presente siempre determinado por lo urgente, tal vez el talón de Aquiles de los grupos que se quieren horizontales: siempre se está desorganizado y, en consecuencia, la energía se fuga. Y acá surge el problema no sólo de que el acuerdo se malogre definitivamente sino también el miedo a que este sea el naufragio final, la caída de toda esperanza. Lo apocalíptico en estos casos está en todo momento al llegar y tal es su poder amenazante.


Impreso en Chilavert aborda estas cuestiones a partir de un presupuesto básico (que parece naïve pero que resuena sobre toda la película): subvertir la relación sujeto –objeto que definiría la práctica convencional del documentalismo o, más allá, del cine en general. Sí, vuelve otra vez al cine que habla del cine, pero con la intención de hacer visibles los modos de producción cinematográficos. Es fructífero este nuevo recorrido a través de la figura desgastada del metarrelato porque se nombran las posiciones en el trabajo y sus respectivas reparticiones de poder durante la producción, al punto de mostrar involuntariamente una desigualdad técnica –y por lo tanto político –económica– en la manipulación de una inactual cámara de formato hi8 y la más moderna y “cercana” a lo industrial, con sistema de grabación miniDV (estándar de la videomercancía apta para ser publicitada), que divide también la producción de material, clasificándola según sus cualidades técnicas. El intento del equipo por pasar por encima de aquella separación dicotómica sujeto-objeto es acusado en un primer momento por inexacto, incierto, sin objetivos. Se señala la deriva como algo negativo pues no asume el reparto previo, hace de cuenta que no escucha para percibir lo todavía no nombrado. Y en esto la película comete la cirugía que buscaba, consigue entrometerse entre los resquicios –más ajenos que propios, en lo que se evidencia, quizás, el obstáculo epistemológico al borramiento de las oposiciones– que supone la presentación colectiva; si se quiere, hay otro presupuesto oculto que es el creer en la necesidad de lo dispar para alcanzar un relato verosímil, pero lo cierto es que a partir de esa insistencia se recogen relatos que sólo circulan al interior de la cooperativa y que desde fuera son imperceptibles. O sea, mientras la caída de la oposición sujeto/objeto es dudosa, hace posible acusar a la película de ser un manifiesto de buenas intenciones progres, al menos puede observarse cierta transformación sobre los sujetos retratados. El equipo de Impreso en Chilavert, sea el que dicen los títulos u otro, imprime su marca sobre el objeto retratado. Lo hace porque desarrolla las particularidades y se mete entre las fisuras de un nombre, Cooperativa Chilavert.


La película, entonces, fuerza sus posibilidades al trabajar sobre una incompatibilidad: la estructura cinematográfica con sus jerarquías estrictas y la pretensión de construir un film de manera horizontal que retrate una organización horizontal. Pero en ese gesto obsceno no pierde inteligencia ya que entiende que, puesto que es una película sobre el trabajo, debe mostrarse a sí misma en su entramado de relaciones laborales, vínculos con la técnica y conflictos relacionados con el poder y la posesión del discurso. Quién maneja la cámara, quién asiste, quién microfonea: quién habla. Allí está el nudo dramático de la película, la concentración semántica alrededor de la cual giran todas las escenas (el montaje paralelo inicial que muestra a un trabajador ingresando, pero también la grabación de dicho plano, es reveladora de todo lo que prosigue).


Dice Arlt y dice Cafiero que la traición es la base de toda política, todo ser individuo social. Una verdad tan áspera como el asfalto; sin embargo, tanto en el relato arltiano como en la cambiante carrera del otro lo que ante todo se confirma es la necesidad de una asociación entre hombres. Y es también en el cuento de ambos que se vuelve una obligación compulsiva derrumbar la posible felicidad del todo. Escindidos entre ambas pulsiones, nuestras mentes culposas parecieran lograr reprimir el goce de la destrucción, mas luego termina apareciendo el recelo y la presunción de lo injusto. Es una pregunta básica que formuló alguien: ¿qué hacer cuando aparece lo injusto? La imposición de la propia ley como regulación preexistente es tachada de arbitraria y totalitarista, con razón. Llegamos por enésima vez al mismo –y por eso cínico– callejón sin salida, una especie de rencor por no tener a Dios, la paupérrima certeza de saber que cualquier gesto positivo fortalece lo que querríamos destruir. En definitiva, guarda cierta analogía con la crítica a los partidos de izquierda, a los que se les achaca su falta de plasticidad, siendo que en verdad no hay tanto margen de maniobra antes de ser Silvio Astier.


Con el Circuito de Cine Underground queremos oponer otro modelo a escala, otra ficcionalización –igual de ridícula que la otra; ésta por la casi ausencia de dinero, hija pródiga de ese espíritu pequeñoburgués de invertir en capital simbólico– cuyo imaginario aún desconocido encuentre otra forma del trabajo, otra forma de la política. Sólo que se muestran en la praxis los huecos teóricos o las imposibilidades de un pensamiento apegado a las contingencias: cómo incluir las pasiones en la reflexión, cómo anticiparse a la aparición de esas perversiones que se comprueban una y otra vez en el otorgamiento de un poder, vale decir, en la interacción. Por más ridículo que sea un grupo, por más insignificante e imperfecto que sea su funcionamiento, la asociación misma es la que determina, en su interior, la ocurrencia de una tensión por direccionar las voluntades, por definir el cauce en el cual ese cúmulo de energía (que no es aditivo sino exponencial: agruparse no es sumar sino potenciar una fuerza) se desarrolle. De dicha tensión debemos escuchar la imposición ineludible de un análisis -disgresivo, por qué no- sobre los modos en que el poder se acumula y distribuye, sobre cómo se hace posible accionar y cuánta pulsión tanática se gesta. Ya no es posible pensar en alcanzar un poder ajeno, visible en la cumbre, para luego ver de qué manera se opera. La urgencia del presente, que tan bien se percibía durante el 2001 e inmediatamente después, se ha acrecentado todavía más, pues existimos en un contexto que pareciera definirse por una normalidad que ha olvidado su precariedad. Acceder a una instancia reflexiva sobre la confección del poder –en su física micro y macroscópica– implicaría partir de la premisa de lo diferente (como dice Godard en Notre musique, un hombre y una mujer no son iguales, no se los puede encuadrar simétricamente), el reconocimiento de los diversos timbres de cada voz, pero sin dejarnos engatusar por campañas de bribones que ostentan el dominio de la regulación de lo público y nos dicen qué diferencias son las aceptables, quiénes resultan ser las particularidades protegidas.


El sujeto político se define por el gesto concesivo, o sea, por otorgarle a otro un poder a la vez que, gracias a ese otorgamiento, ese gesto “dadivoso”, se establece una deuda en su favor. Es allí que es posible hablar de un contrato y no antes. Sin embargo, no hay que entender esta concepción como consecuencia de una reflexión moralista, sino incluir en el campo de la visión, en el terreno de lo políticamente pensable, tanto los actos propios de la razón como aquellos de las pasiones (con su variante de “lo bueno” y “lo malo”) puesto que, como sabemos –y olvidamos, casi a propósito-, no operan como esferas autónomas sino que más bien son tramas superpuestas de una misma narración. Sólo así podremos dar cuenta de la complejidad del sujeto político y las trabazones que lo rodean, lo que permitiría poner a la teoría a la altura de las circunstancias e ir más allá de su actitud descriptiva para pensar lo impensable.

miércoles, 9 de mayo de 2007

IX Festival Internacional de Cine y Video de Derechos Humanos


Lunes 14 de mayo, 16 hs

Centro Cultural de la Cooperación
Av. Corrientes 1543

Nueva proyección de Impreso en Chilavert


Este documental expone y analiza los conflictos humanos que recorren a la imprenta recuperada Chilavert a la hora de pensar una verdadera transformación social. Cuestiona justamente la palabra "recuperar".
Impreso en Chilavert_ experiencia filmada_ es la construcción de preguntas, a través del recorrido del ojo que cada un@ pudo hacer.

Les informamos que pueden visitar una de nuestras producciones “Movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una persona o cosa” en: