A propósito de Impreso en Chilavert_ experiencia filmada
Hay algo en común entre los documentales sobre empresas recuperadas y los más exitosos productos de la televisión abierta: no molestan a nadie, ni a los protagonistas ni a los espectadores.
Es sabido que los grandes medios construyen el sentido de los acontecimientos fragmentando la historia, tomando los efectos por las causas y equiparándolo todo en la multiprocesadora lógica del zapping: hay aquí la construcción de un presente constante, ápice vertiginoso de causalidad inmediata, sin memoria y sin ventanas, que alimenta el miedo y la ansiedad de consumo, en fin... un instantáneo y frágil caos de amenazas cotidianas, con música de intriga y suspenso (o, su complemento, el calidoscopio de sangre, sexo y afasia para el entretenimiento). Por su parte, los documentales sobre empresas recuperadas suelen caer en el otro extremo: construyen una historia sin fisuras, con un sujeto cada vez más conciente de su lucha, héroe colectivo que se abre paso entre las desventuras del capitalismo, que cae una y otra vez merced a los embates del enemigo, pero que se recompone también una y otra vez como si obedeciera a las exhortaciones de algún soneto medicinal de Almafuerte. Otra cosa ocurre con Impreso en Chilavert.
Chilavert Artes Gráficas (Chilavert) es una de las casi doscientas empresas recuperadas por sus trabajadores durante el excepcional año 2002. También es una de las empresas recuperadas predilectas a la hora de hacer un documental: cientos de sociólogos, antropólogos, documentalistas, estudiantes universitarios, periodistas, gringos de las más distantes latitudes... han pasado por Chilavert para tomar registro escrito, sonoro y audiovisual de la experiencia de sus trabajadores. Pero los documentales sobre esta y otras empresas recuperadas se caracterizan por la construcción de un relato homérico, a veces con aspiraciones de epopeya hollywoodense, que desarrolla en la pantalla «la unidad» de la experiencia de «un movimiento» de trabajadores. Algo que siempre está más cerca de la expresión de deseos temerosa de mancillar con disensos la lucha obrera, que de la reflexión crítica inmersa en y acerca de un proceso social emancipatorio.
La obra que aquí reseñamos es indómita a la etiqueta de «documental»: si bien la iniciativa corrió por cuenta de un colectivo de cineastas y sociólogos, el proceso de filmación, entrevistas y debates, estuvo en manos del «colectivo ampliado» que incluyó a los trabajadores de Chilavert. Este colectivo ampliado se constituyó en la experiencia de filmación misma, lo cual generó inesperadas alteraciones (a menudo ásperas) durante el proceso de trabajo. Uno de los protagonistas de Impreso en Chilavert, por citar un ejemplo, es capturado dos veces en la película diciendo que el proyecto no consiste en hacer «un documental sobre Chilavert sino un documental de Chilavert», sin embargo el resultado no fue ni una cosa ni la otra: Impreso en Chilavert se autodefine como «Experiencia filmada». Y es que Impreso en Chilavert actualiza el esfuerzo por mostrar en la pantalla no sólo la empresa recuperada y sus trabajadores, sino también el desarrollo mismo del acto de creación de Impreso en Chilavert, trasladando la importancia del fin hacia la importancia de los medios, corriendo el foco de los objetos y sujetos hacia su proceso de constitución, desplazando estratégica-mente el qué tras el cómo (o más precisamente, identificando el qué con el cómo): el trabajo con dos cámaras, que pone en cuestión la objetividad de la mirada; la filmación de las reuniones del «colectivo impulsor» de cineastas y sociólogos, que exhibe sucesivas marchas y contramarchas del proyecto original; la participación de los trabajadores entrevistándose entre sí, cámara en mano, que permite preguntas germinadas de sus propios saberes; el ensayo permanente de habitar afectiva y efectivamente los problemas, de explorar las dificultades, de transitar las contradicciones, actitud que provoca una tensión y una incomodidad crecientes, tanto para los protagonistas como para los espectadores.
Impreso en Chilavert es una película problemática: no explica «qué hacer», sino que complica la percepción al dejar «impreso», mediante la exhibición del cómo hacer, que las mentes y los cuerpos no son un solo bloque sin porosidades, sino una madeja de contradicciones que no se equilibran por «efecto dominó»: los dos protagonistas que aseguran que el compromiso con el trabajo en la imprenta es el mismo que el que tenían cuando trabajaban bajo patrón, pueden afirmar, inmediatamente y sin notar incompatibilidad, que ahora las decisiones las toman ellos y no el patrón, y que si ahora se quedan hasta tarde trabajando es por respeto al cliente y no por el dinero; la misma integrante del colectivo impulsor que se esfuerza por mostrar las dificultades del proceso de filmación, pone una innegable cara de incomodidad cuando su compañero declara frente a cámara que tras una violenta discusión al interior del grupo, el colectivo impulsor sufrió una ruptura en la que uno de los cineastas abandonó irritado la experiencia; el mismo trabajador de la imprenta que defiende la desigualdad de salario según la antigüedad es el que más esfuerzo realiza para integrarse al proceso de filmación y practicar la horizontalidad en la toma de decisiones... Decenas de ejemplos como éstos, fundidos entre las intempestivas reflexiones verbales y el incesante pensamiento por imágenes (hay una línea discontinua a lo largo de Impreso... hecha del primerísimo primer plano que presenta manos haciendo –y comunicando– de todo: cebar mate, filmar, gestualizar en el aire, sostener tazas o cigarrillos, cortar, pegar, apretarse entre sí...) sugieren un problema novedoso, traman un descubrimiento conceptual, nos traen un pensamiento: la subjetividad no es una unidad homogénea, un individuo está hecho de múltiples líneas contradictorias sin un centro desde el cual guiarlas a todas por «buen camino» (buen camino político que obtiene su correlato filosófico en el «buen método» cartesiano, hijo de «la cosa mejor repartida del mundo»: el buen sentido). Este pensamiento que nos trae Impreso en Chilavert permite entender la emancipación social de otra manera, ya no como la progresiva odisea de la conciencia de un movimiento centralizado que pasa de la prehistoria a la historia de un salto mortal cualitativo, sino como un proceso complejísimo, múltiple, arduo, anónimo, incierto, incómodo y problemático del que no hay garantía alguna de progreso irreversible (y ni siquiera de progreso); ya no como la esperanzadora gesta del futuro, sino como el compromiso práctico del presente; ya no como delegación en el partido de masas que tomará –mañana– el poder del estado, sino como la toma en propias manos –hoy– de los medios de producción, ya sean estos medios una imprenta, una cámara, una computadora o una investigación universitaria.
Esta «experiencia filmada» no tranquiliza a nadie, no es catártica ni terapéutica. No deja mensaje, no baja línea: Impreso en Chilavert es un dispositivo problemático, una corrosiva y multitudinaria sucesión de signos, de cuya experiencia los espectadores –en especial los militantes y activistas– difícilmente salimos ilesos.
Revista Dialéktica, Buenos Aires, año XVI, número 19, pp. 167-9.
Hay algo en común entre los documentales sobre empresas recuperadas y los más exitosos productos de la televisión abierta: no molestan a nadie, ni a los protagonistas ni a los espectadores.
Es sabido que los grandes medios construyen el sentido de los acontecimientos fragmentando la historia, tomando los efectos por las causas y equiparándolo todo en la multiprocesadora lógica del zapping: hay aquí la construcción de un presente constante, ápice vertiginoso de causalidad inmediata, sin memoria y sin ventanas, que alimenta el miedo y la ansiedad de consumo, en fin... un instantáneo y frágil caos de amenazas cotidianas, con música de intriga y suspenso (o, su complemento, el calidoscopio de sangre, sexo y afasia para el entretenimiento). Por su parte, los documentales sobre empresas recuperadas suelen caer en el otro extremo: construyen una historia sin fisuras, con un sujeto cada vez más conciente de su lucha, héroe colectivo que se abre paso entre las desventuras del capitalismo, que cae una y otra vez merced a los embates del enemigo, pero que se recompone también una y otra vez como si obedeciera a las exhortaciones de algún soneto medicinal de Almafuerte. Otra cosa ocurre con Impreso en Chilavert.
Chilavert Artes Gráficas (Chilavert) es una de las casi doscientas empresas recuperadas por sus trabajadores durante el excepcional año 2002. También es una de las empresas recuperadas predilectas a la hora de hacer un documental: cientos de sociólogos, antropólogos, documentalistas, estudiantes universitarios, periodistas, gringos de las más distantes latitudes... han pasado por Chilavert para tomar registro escrito, sonoro y audiovisual de la experiencia de sus trabajadores. Pero los documentales sobre esta y otras empresas recuperadas se caracterizan por la construcción de un relato homérico, a veces con aspiraciones de epopeya hollywoodense, que desarrolla en la pantalla «la unidad» de la experiencia de «un movimiento» de trabajadores. Algo que siempre está más cerca de la expresión de deseos temerosa de mancillar con disensos la lucha obrera, que de la reflexión crítica inmersa en y acerca de un proceso social emancipatorio.
La obra que aquí reseñamos es indómita a la etiqueta de «documental»: si bien la iniciativa corrió por cuenta de un colectivo de cineastas y sociólogos, el proceso de filmación, entrevistas y debates, estuvo en manos del «colectivo ampliado» que incluyó a los trabajadores de Chilavert. Este colectivo ampliado se constituyó en la experiencia de filmación misma, lo cual generó inesperadas alteraciones (a menudo ásperas) durante el proceso de trabajo. Uno de los protagonistas de Impreso en Chilavert, por citar un ejemplo, es capturado dos veces en la película diciendo que el proyecto no consiste en hacer «un documental sobre Chilavert sino un documental de Chilavert», sin embargo el resultado no fue ni una cosa ni la otra: Impreso en Chilavert se autodefine como «Experiencia filmada». Y es que Impreso en Chilavert actualiza el esfuerzo por mostrar en la pantalla no sólo la empresa recuperada y sus trabajadores, sino también el desarrollo mismo del acto de creación de Impreso en Chilavert, trasladando la importancia del fin hacia la importancia de los medios, corriendo el foco de los objetos y sujetos hacia su proceso de constitución, desplazando estratégica-mente el qué tras el cómo (o más precisamente, identificando el qué con el cómo): el trabajo con dos cámaras, que pone en cuestión la objetividad de la mirada; la filmación de las reuniones del «colectivo impulsor» de cineastas y sociólogos, que exhibe sucesivas marchas y contramarchas del proyecto original; la participación de los trabajadores entrevistándose entre sí, cámara en mano, que permite preguntas germinadas de sus propios saberes; el ensayo permanente de habitar afectiva y efectivamente los problemas, de explorar las dificultades, de transitar las contradicciones, actitud que provoca una tensión y una incomodidad crecientes, tanto para los protagonistas como para los espectadores.
Impreso en Chilavert es una película problemática: no explica «qué hacer», sino que complica la percepción al dejar «impreso», mediante la exhibición del cómo hacer, que las mentes y los cuerpos no son un solo bloque sin porosidades, sino una madeja de contradicciones que no se equilibran por «efecto dominó»: los dos protagonistas que aseguran que el compromiso con el trabajo en la imprenta es el mismo que el que tenían cuando trabajaban bajo patrón, pueden afirmar, inmediatamente y sin notar incompatibilidad, que ahora las decisiones las toman ellos y no el patrón, y que si ahora se quedan hasta tarde trabajando es por respeto al cliente y no por el dinero; la misma integrante del colectivo impulsor que se esfuerza por mostrar las dificultades del proceso de filmación, pone una innegable cara de incomodidad cuando su compañero declara frente a cámara que tras una violenta discusión al interior del grupo, el colectivo impulsor sufrió una ruptura en la que uno de los cineastas abandonó irritado la experiencia; el mismo trabajador de la imprenta que defiende la desigualdad de salario según la antigüedad es el que más esfuerzo realiza para integrarse al proceso de filmación y practicar la horizontalidad en la toma de decisiones... Decenas de ejemplos como éstos, fundidos entre las intempestivas reflexiones verbales y el incesante pensamiento por imágenes (hay una línea discontinua a lo largo de Impreso... hecha del primerísimo primer plano que presenta manos haciendo –y comunicando– de todo: cebar mate, filmar, gestualizar en el aire, sostener tazas o cigarrillos, cortar, pegar, apretarse entre sí...) sugieren un problema novedoso, traman un descubrimiento conceptual, nos traen un pensamiento: la subjetividad no es una unidad homogénea, un individuo está hecho de múltiples líneas contradictorias sin un centro desde el cual guiarlas a todas por «buen camino» (buen camino político que obtiene su correlato filosófico en el «buen método» cartesiano, hijo de «la cosa mejor repartida del mundo»: el buen sentido). Este pensamiento que nos trae Impreso en Chilavert permite entender la emancipación social de otra manera, ya no como la progresiva odisea de la conciencia de un movimiento centralizado que pasa de la prehistoria a la historia de un salto mortal cualitativo, sino como un proceso complejísimo, múltiple, arduo, anónimo, incierto, incómodo y problemático del que no hay garantía alguna de progreso irreversible (y ni siquiera de progreso); ya no como la esperanzadora gesta del futuro, sino como el compromiso práctico del presente; ya no como delegación en el partido de masas que tomará –mañana– el poder del estado, sino como la toma en propias manos –hoy– de los medios de producción, ya sean estos medios una imprenta, una cámara, una computadora o una investigación universitaria.
Esta «experiencia filmada» no tranquiliza a nadie, no es catártica ni terapéutica. No deja mensaje, no baja línea: Impreso en Chilavert es un dispositivo problemático, una corrosiva y multitudinaria sucesión de signos, de cuya experiencia los espectadores –en especial los militantes y activistas– difícilmente salimos ilesos.
Revista Dialéktica, Buenos Aires, año XVI, número 19, pp. 167-9.